La función de esta ópera de Camille Saint-Saëns motivo de estas notas, fue la del 14 de enero, la segunda de las cinco programadas, y al finalizar la primera parte que incluye los actos primero y segundo, salí a tomar el fresco, estaba fascinado. La contrariedad vino en la segunda parte, en el tercer acto, Esta contrariedad forma parte de la fascinación final y de la controversia generada. Intentaré explicarlo con las notas que siguen...
Muy apreciables los debuts de los dos protagonistas, Gregory Kunde y Varduhi Abrahamyan, en sus respectivos papeles que dan titulo a la obra. Kunde, que fue un Samson con limitaciones de movilidad por un accidente durante los ensayos, tiene además mi admiración. Otro hubiera cancelado y él quiso seguir en el proyecto, y con la complicidad tanto del equipo técnico, del escénico y de sus compañeros de reparto, coro incluido, encontraron la solución y funcionó. Dadas sus limitaciones físicas tuvo que transmitirlo todo con el canto y lo hizo. La escena del dúo, la más peliaguda dado su estado, se resolvió con inteligencia. Es el momento más esperado de esta ópera, y las voces, la música, el juego de luces, el color... y las rastas, crearon uno de los momentos memorables. Ese juego erótico con las rastas de Samson me fascinó. Fue como un bálsamo de auténtica sensualidad después de tanto escuchar hablar de rastas a algunos diputados del congreso... Una contrariedad y una fascinación, por este orden.
Abrahamyan estuvo seductora en su papel de mujer fatal como le pedía la puesta en escena. Por voz, mejor en las partes líricas que en las más dramáticas. Frasear como lo hizo en sus "arias", con el tempo ralentizado como le marcó Abbado, tiene su mérito y el resultado, para ser su primera Dalila, fue cautivador.
André Heyboer, cantó bien y puso intención, pero le faltó algo de peso en la voz, que no es mucha, para acabar de redondear su parte como sumo sacerdote.
Jihoon Kim en el papel de viejo hebreo, desempeñó su parte con plena corrección y le regalaron con otro de los momentos especiales: su intervención en el primer acto, cantando en el patio de butacas de espaldas al director, escuchándose al coro cantar fuera de escena detrás del patio de butacas, fue un momento mágico.
Alejandro Lopez en el papel de Abimélech, Emmanuel Faraldo como mensajero filisteo y los dos filisteos a cargo de David Fruci y Javier Galán, completaron el elenco y cumplieron su cometido.
Sumando las excelentes prestaciones de la orquesta y coro titulares de Les Arts, se confirma que el nivel de calidad se mantiene y el director musical de la velada tuvo mucho que ver en ello...
Satisfecho debió de acabar con su labor en esta función el maestro Abbado. Era su primera intervención como director titular, dirigiendo esta ópera que él mismo ha definido como difícil y con muchos contrastes debido a los diferentes matices que requieren cada uno de sus tres actos. Superó los escollos, con momentos de verdadera fascinación y concertando voces y coro, en algún caso concreto situados fuera de escena, lo que no favorecía, precisamente, esta labor. Me quedó para el recuerdo todo el segundo acto, y en especial el dúo de los dos protagonistas... Muy personal su manera de acompañar las tres "arias" de Dalila, con un tempo lento sin perder intensidad y lirismo, contando con la meritoria confabulación de Varduhi Abrahamyan. Su complicidad con la Orquestra de la Comunitat Valenciana funcionó, sacando de ella un espléndido sonido. El Cor de la Generalitat Valenciana estuvo admirable, y junto con la batuta de Abbado consiguieron en el primer acto, esa mezcla de espiritualidad que transmite la música en ciertos momentos, con otros de impacto dramático reforzados por las imágenes en blanco y negro. Otro motivo de fascinación.
Entramos en la parte escénica y aquí es donde se mezclan fascinación y controversia. Se presentó el montaje de La Fura dels Baus bajo la dirección de Carlos Padrissa como una revisión del original estrenado en la Ópera de Roma en 2013. La intención era aligerarlo para reducir costes. Se calificó como minimalista, y el concepto funcionó mucho mejor en los dos primeros actos. En el tercero, el más "furero" en potencia, se notó la reducción de costes y lo que pudo ser no fue. La bacanal, que pudo ser una autentica orgía tomando referencias sado-maso con la utilización del bondage, se convirtió en una fiesta de matarifes, dando la sensación que la música iba por un lado y lo que se veía por otro. Lo que no deja de ser una contrariedad, una pequeña decepción, sobre todo por que daba la sensación de ya visto...
Zalmira Pasceri, responsable de la coreografía y cabeza visible en el apartado escénico ante la ausencia de Padrissa por motivos laborales, dijo en su momento que la intención era "ir de lo histórico a lo individual", o lo que es lo mismo, de lo bíblico a la realidad actual. Hay muchos guiños y referencias que lo confirman... Códigos de barras, códigos QR, cinturones-chalecos con explosivos, oro negro, bondage, mandalas, y sobre todo la sensación de que cada uno de los personajes va a lo suyo, sin interaccionar mucho entre ellos, solo lo imprescindible. También hizo alusión al ADN, al que nos diferencia genéticamente, y al que, en modo alegórico, nos marca en el aspecto cultural, religioso y geográfico.
El ADN de La Fura es el que es y está bien que así sea. Provocar fascinación, contrariedad y controversia me parece bien, y a la ópera le sienta de maravilla para no morir de narcisismo, y tal vez, para que un público más joven, con rastas o sin ellas, se interese por controversias como esta.
El color predominante de esta producción es el blanco y negro, aunque en las fotos aquí expuestas se demuestra que algo de color hubo. Un montaje con sus pros y sus contras, controvertido, pero que hay que ver,
La parte musical fue estupendamente servida y me hace sentir más cerca de esa definición que hizo el maestro Abbado de esta obra de contrastes... "Maravillosa y coral".
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