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martes, 12 de abril de 2016

IDOMENEO DE MOZART... INVOCANDO A SANTA RITA


Ante el próximo estreno de esta joya de la ópera en Les Arts, dejo aquí unas notas, algo aclaratorias y algo menos reflexivas, como paso previo a lo que nos depararán las cinco representaciones programadas para la ocasión.

Idomeneo, que da nombre a la obra, es rey de Creta y junto con Idamante, su hijo; Illia, princesa troyana confinada en la isla e hija de Príamo, y Electra, princesa e hija del rey de Micenas Agamenón y refugiada en Creta, son los cuatro protagonistas principales de esta ópera seria de Mozart. Los otros personajes son: Arbace, confidente de Idomeneo; el sumo sacerdote, y la voz de Neptuno. Hay un conflicto amoroso, ya que las dos princesas están prendadas del hijo de rey. Una por puros sentimientos y la otra por intereses más pragmáticos. Pero el verdadero conflicto lo genera (y de ahí la invocación que hago a Santa Rita, patrona de los casos difíciles y desesperados) la tempestad marina con la que se topa Idomeneo volviendo de la guerra de Troya. El barco y la vida del rey corren peligro. A este se le ocurre la promesa al dios de los mares, Neptuno, de ofrecerle en sacrificio la vida de la primera persona con la que se encuentre al pisar tierra, si consigue llegar sano y salvo a Creta. Esta primera persona que lo recibe es Idamante. El rey no lo reconoce. Era un niño cuando su padre se fue a la guerra y ahora está hecho un hombretón que cautiva a las princesas sin reino que, con mayor o menor fortuna, residen en Creta. En ese momento Idamente, sin saberlo, tiene los días contados. Cuando Idomeneo reconoce a su hijo, o se presenta como tal, empieza la trágica y angustiosa trama para el rey y padre de la criatura. al pretender escaquearse de la ofrenda prometida al indolente y colérico Neptuno. El dios del tridente le exige que cumpla lo prometido, y como padre, Idomeneo intenta por todos los medios no tener que sacrificar a su hijo. El rey intenta que su descendiente huya de Creta con Electra. Neptuno provoca una nueva tempestad y envía un monstruo marino para impedir esta treta. A Idomeneo no le queda otra salida que aceptar tener que cumplir su promesa. En el momento del sacrificio, Ilia, en un acto de amor, se ofrece a ser ella la victima para calmar la cólera divina y salvar la vida de Idamante.
Todo acaba bien. El dios marino, conmovido por este acto de amor, revoca la promesa hecha por el rey y no exige ningún acto cruento. Impone a cambio, la abdicación de Idomeneo en favor de su hijo y el matrimonio del flamante príncipe de Creta con la princesa troyana Ilia. Final Feliz. Un triunfo del amor terrenal y de la política divina.

El libreto es de Giambattista Varesco, que adaptó al italiano el original francés de Antoine Danchet para la ópera de Andre Campra 'Idomenée', estrenada en 1712. Mozart se implicó mucho en el resultado final del texto, con múltiples indicaciones para ajustarlo a sus necesidades musicales. Con la complicidad de este, Varesco modificó el trágico final del texto original por uno más complaciente y acorde con el espíritu optimista propio de la Ilustración.



Para los no muy amantes de la mitología clásica, hay que recalcar que la música la firma Mozart. Es una ópera seria en todos los sentidos, tanto en el dramático, como en la importancia que tiene dentro del catálogo del músico de Salzburgo. Es definida como coral, por las numerosas intervenciones y la importancia que tienen los conjuntos en el desarrollo dramático. Fue estrenada el 29 de enero de 1781 en Múnich y supuso en su momento una relativa aunque notoria evolución con respecto a sus obras anteriores.
La singularidad de esta obra está en la simbiosis de las influencias que en ella se dan. Son perceptibles la mirada al pasado de la tradición en la ópera seria italiana, las aportaciones de las tragedias líricas francesas y la revolución puesta en marcha por Gluck en el sentido de la continuidad dramática del texto a través de la música.
La impresión que permanece tras la escucha de esta, en muchos aspectos, obra maestra, es la luminosidad propia de toda la música de Mozart; la maestría en la forma de introducir los recitativos acompañados en el desarrollo de la acción; la perfecta definición de la psicología de los personajes; la utilización novedosa de la orquesta y algunos instrumentos como elemento dramático; la pretendida continuidad en la narración por la estimable conjunción de texto y música; las intervenciones corales en todas las partes de la obra, y por encima de todo la belleza y musicalidad que impregna Mozart en sus arias, conjuntos, concertantes y temas musicales propios de esta obra.
La época en la que se crea esta pieza lírica se enmarca en pleno clasicismo musical y Mozart, uno de sus máximos representantes, dejó para la posteridad una tragedia lírica u ópera seria que supuso un antes y un después en su proceso creativo. Lo hecho con antelación despierta nuestro encanto, a partir de esta inspiradísima partitura, no nos queda más que rendirnos a la admiración de un genio de la ópera.

Un maravilloso juego entre el destino de dos hombres y la justicia divina...


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