El primer día de febrero se produjo el esperado estreno de 'Peter Grimes' de Benjamin Britten. La noche no invitaba a salir de casa. LLovía, y acabé empapado por la salpicadura de un charco al pasar un vehículo muy cerca de la acera por la que caminaba cuando me dirigía al teatro. Me irrité un poco y acabé resignado antes de entrar en el recinto de Les Arts. Un sentimiento que se asemeja al que transmitió el personaje titular en este montaje. La irritación por unas circunstancias adversas y la resignación final.
La lectura que Willy Decker hizo en su momento de esta obra, allá por 1994 en La Monnaie de Bruselas, permanece con el tiempo, y no es otra que las circunstancias que llevan a comportamientos que nublan la razón y trastocan los sentimientos. Grimes, cargado de sueños, es incapaz de controlarlos envuelto por el entorno y la presión de un colectivo despiadado y disfrazado de una cuestionable moralidad. Esa misma presión que le fuerza a materializar esos sueños, enriquecerse a toda costa, como vía de recuperar su maltrecha dignidad y que le impide aceptar las muestras de cariño por parte de John, el grumete sacado de un hospicio y tan necesitado de afecto que es incluso proclive a empatizar con Grimes a pesar de su maltrato.
La horda implacable que representan los habitantes de la aldea marinera se muestra teatralmente de forma magistral en esta producción, uno de los grandes aciertos de Decker. La responsabilidad y la culpa sobrevuelan en unos y en otros, y las eventualidades son las que llevan al trágico desenlace. La crueldad desestabiliza y genera comportamientos que escapan al raciocinio y debilitan la moral y Grimes es una víctima, inocente o no, de esa misma crueldad. Es complicado ejercer algo de empatía hacia él, pero es un estímulo intentar indagar en la psique y el eros de este personaje en esta ópera creada por Britten...
Gregory Kunde fue el triunfador en esta gran ópera de Britten, junto con el Cor de la Generalitat y la Orquestra de la Comunitat.
Kunde hizo un Grimes que batalla contra el rechazo. Menos atormentado y más desafiante, menos enajenado y más resignado al final, acorde con la visión de Decker. Una oportunidad muy bien aprovechada para redondear su galería de personajes de los ya varios que hemos tenido oportunidad de disfrutar en Les Arts. Que siga siendo así.
La psicología del personaje de Ellen Orford la supo reflejar bien Leath Partridge, vocalmente estuvo mejor en las partes líricas que en las dramáticas. Con una voz con más cuerpo y color su interpretación hubiera sido redonda. No le faltó proyección a la voz de Robert Bork que se metió de pleno en el papel de Balstrode. Ambos personajes representan el único apoyo que obtiene Grimes frente a la tribu aldeana, hasta que ese apoyo se desmorona ante las dudas que suscitan los hechos.
La veterana Rosalind Plowright no le sacó todo el partido que debía a su Mrs. Sedley, sus partes cantadas le restaron brillantez a su personaje. Al igual que Dalia Schaechter como Auntie, ambas resultaron algo deslucidas tanto en la presencia escénica como en la vocal.
Las dos 'sobrinas' cantadas por Giorgia Rotolo y Marianna Mappa estuvieron bien resueltas y tuvieron su oportunidad en el cuarteto del segundo acto. Ambas proceden del Centre de Perfeccionament Plácido Domingo.
Profesionalidad en el resto de comprimarios, Richard Cox como Bob Boles, Andrew Greenan como swallow, Ted Schmitz como el reverendo adams, al igual que Charles Raice y Lukas Jalobski como Ned Keene y Hobson respectivamente.
Es de justicia citar la meritoria actuación de Alejandro Antelm, sin canto alguno, en el personaje del grumete, de indudable trascendencia en el devenir de la acción.
En esta ópera el coro es uno de los protagonistas y en este montaje con carácter acrecentado. Se mueve como una turba agresiva y compacta. Estuvo sobresaliente y el volumen hiriente de algunas de sus intervenciones se ajustaba a la perfección con el rechazo que transmite como personaje en sí mismo... Aquello de: 'El pueblo contra'... se manifiesta de forma explícita.
La orquesta siguió con precisión las directrices de Christopher Franklin. Este impuso fuerza y volumen y le faltó algo más de profundidad en algunas de las partes. El resultado de su dirección fue más impactante que refinada. Los interludios sonaron muy bien gracias a la excelencia de los músicos que tenía en el foso.
La escenografía y vestuario de John Macfarlane y la iluminación de Trui Malten son todo un acierto. Ambos, sin grandes pero acertados recursos, narran las escenas con una impronta teatral de excelentes resultados. Una propuesta que sigue vigente a pesar de los años transcurridos y los teatros que la han representado.
Por todo ello el espectáculo es muy interesante. No despeja las dudas que generan la culpas y las responsabilidades, pero inclina la balanza hacia los malos tratos y elude el presunto tema de la pedofilia, implícita, según parece, en el texto original en el que se basa el libreto de Montagu Slater, el poema 'The Borough' de George Crabbe. Según el propio Britten: 'Cuanto más despiadada es una sociedad, más despiadado es el individuo'...